El Reino
Maravilloso

Miguel Torga Un Reino Maravilloso
(Trás-os-Montes)

Les hablaré de un Reino Maravilloso. Aunque muchas personas digan que no, siempre hubo y habrá reinos maravillosos en este mundo. Lo que es necesario, para verlos, es que los ojos no pierdan su virginidad original frente a la realidad, y el corazón, después, no dude.

Ahora bien, lo que pretendo enseñar, mío y de todos aquellos que quieran merecerlo, no sólo existe, sino que es uno de los más bellos que se puedan imaginar. Empieza enseguida porque está en lo alto de Portugal, como los nidos están en lo alto de los árboles para que la distancia los haga más imposibles y deseables. Y quien aprecia los nidos desde abajo, si es realmente es un niño y no le teme a las alturas, después de escalar y alcanzar la cima del sueño, contempla su propia bienaventuranza.

Primero se ve un mar de piedras. Olas y olas senderadas, rígidas y hostiles, contenidas en su fuerza inconmensurable por la mano inexorable de un Dios creador y dominador. Todo parado y en silencio. Simplemente se mueve y se escucha el corazón en el pecho, inquieto, anunciando el comienzo de una gran hora. De repente, una voz de franqueza desenvainada rasga la costra del silencio:

– ¡Pa acá de Marão, mandan los que están aquí!…
 Se siente un escalofrío. La vista se ensancha en ansia y asombro. ¿Qué roca habló? ¿Qué respetuoso terror se apodera de nosotros?
Pero es inútil cuestionar el gran océano megalítico, porque el número invisible ordena:
– ¡Entrar!
Las personas entran, y ya se está en el Reino Maravilloso.

La autoridad emana de la fuerza interior que cada uno trae desde la cuna. De una cuna que oficialmente va de Vila Real a Chaves, de Chaves a Bragança, de Bragança a Miranda, de Miranda a Régua.
¡Un mundo! Un nunca acabar de tierra gruesa. íngreme, salvaje, que se eleva en un ímpetu de ascender al cielo, así como se hunde en abismos de angustia, no se sabe por qué telúrica contrición.

Tierra Caliente y Tierra Fría. Leguas y leguas de suelo enfurecido, retorcido, quemado por un sol abrasador o un frío de nieve. Sierras y sierras superpuestas. Montañas paralelas a montañas. En los intervalos, apretados entre los ríos de agua cristalina, cantantes, saciando la sed de tanta angustia. Y de vez en cuando, un oasis de desasosiego que creaba tales arrugas geológicas, un valle inmenso, de puro humus, donde la vista descansa de la agresión de las rocas. Pero de nuevo el granito protesta. Nos despierta de nuevo a la fuerza del tuétano de todo. Y son montañas de nuevo, hasta que se pierden de vista.

No está claro cómo este suelo es capaz de producir pan y vino. Pero lo hace. A orillas de un río de oro, crucificado entre el calor del cielo que lo bebe desde arriba y la sed del lecho que lo seca desde abajo, se alzan los muros del milagro. En empinadas terrazas, balcones que ningún palacio puede ver, las vides crecen como albahaca en las ventanas. En septiembre, los hombres abandonan las eras de Terra-Fría y bajan, en oración, las escaleras del molino de pizarra. Cantan, bailan y trabajan. Y luego suben. Y de pronto hay sol embotellado pronto a emborrachar los cuatro rincones del mundo.

La tierra es la generosidad al natural. Como en el paraíso, solo basta que extiendas tu mano.
Llamemos a una puerta, rica o pobre, y siempre la misma voz confiada nos responde:

– ¡Que entre quién sea! Sin que nadie haga más preguntas, sin que nadie se acerque a la ventana a mirar, se abre de par en par la intimidad de toda una familia. Lo que se necesita ahora es merecer la magnificencia del regalo.
En los códigos y en el catecismo, el pecado del orgullo es uno de los peores. Tal vez los códigos y el catecismo tengan razón. Queda por ver si hay algo más hermoso en esta vida que el puro don de mirar a un extraño como si fuera un hermano bienvenido, aunque el precio de la decepción es a veces una puñalada.
Dentro o fuera de su dolmen (manera que tengo de llamar a los agujeros donde vive la mayoría de la gente) estos hombres sólo temen a la pequeñez. Miedo a no alcanzar el estándar por el cual, dado que el mundo era un mundo, se mide el tamaño de una criatura en el momento de la muerte.
Empujados por la necesidad y el amor por la aventura, emigran. Ponen toda la quimera en una bolsa de retazos y se van. Los que se quedan, cavan toda su vida. Y cuando se cansan, se acuestan en sus ataúdes con la serenidad de quien ha llegado honrosamente al final de un largo y fatigoso día.
El nombre de Trasmontano, que quiere decir hijo de Trás-os-Montes, porque así se llama el Reino Maravilloso del que os hablé.